Que alguien gane una enorme suma de dinero en uno de los casinos más lujosos del mundo y le pidan que deje de jugar no es algo que suceda todos los días. Esto es lo que le pasó a Don Johnson que, con el tiempo, se ha convertido en toda una leyenda en el mundo de los juegos de azar. En esta reveladora entrevista, Johnson, al que hace poco nominaron para conseguir una plaza en el Salón de la Fama de Blackjack, nos cuenta qué pasó, cómo evolucionó y cómo, por desgracia, terminó todo.

Su fantástica carrera comenzó con una sesión de blackjack a las 8:00 de un lunes por la noche en otoño de 2010. Ya le habían prohibido jugar en una partida en el casino Trump Taj Mahal después de conseguir unos 220.000 $. “Me dieron el dinero en un cheque del Taj”,explica Johnson, sentado en una lujosa sala de juegos en su casa, cerca de Philadelphia.“Llamé al Caesars, que estaba justo al lado, y me dijeron que podía acercarme con el cheque. Me prometieron que encontrarían alguna forma de que pudiera cobrar el cheque”.

Don JohnsonJohnson se sentó en la mesa de blackjack del Caesars y enseguida le pusieron delante una pila de fichas de alta denominación.

Johnson, con complexión gruesa, 53 años y nada que ver con el actor del mismo nombre, apareció en el casino escoltado por dos tipos y un par de chicas muy atractivas. Se repartieron las cartas, las bebidas fluían, y Johnson parecía estar en su elemento. Que empiece la fiesta.

De hecho, la situación se desmadró tanto que el supervisor no se dio cuenta de que Johnson estaba contando las cartas, mientras el tipo que tenía a su lado echaba un vistazo a las hole cards (cartas de mano) del crupier y su otro ayudante secuenciaba el mazo y le indicaba si le iba a tocar una carta fuerte. Sus atractivas acompañantes, además de servir como distracción, hacían pequeñas apuestas y se tragaban las cartas si se equivocaban al contarlas. “No les contamos lo que estaba pasando, no podíamos”, recuerda Johnson. “Les di dinero para jugar y les pedí que se lanzaran cuando quisiéramos quemar las cartas y que pasaran cuando fuéramos a por ellas. Fue una noche perfecta. Aposté en hasta tres manos de 25.000 $. En solo dos horas y media, ya tenía 1,5 millones $”.

Como todos los jugadores que arrasan en el blackjack en los casinos, Johnson sabe lo que ocurre cuando la casa se enfada porque un jugador está ganando mucho dinero. Sobre las 10:30, escuchó que sonaba el teléfono y vio caras preocupadas en el área de juego. Y decidió apaciguar las aguas. “Fuimos a cenar a Morton’s”, dijo Johnson categóricamente. “Pedimos muchísima carne y langostas, además de botellas de Chateau Margaux para bajar la comida. La cuenta ascendió a 4.000 $ y Caesars nos invitó”.

Sobre las 12:30, cuando Johnson volvió a la mesa de juego, tenía mucha más gente a su alrededor. Él y su cuadrilla original se habían parado en el local nocturno y se fueron con unas cuantas mujeres. En la mesa fue incluso más difícil para el casino averiguar lo que pasaba. Se bebía mucho más alcohol y de mejor calidad. Había botellas de vino francés exquisito, chupitos de coñac Louis XIII y se brindaba con champán para desear buena suerte...

Johnson miró la bandeja de fichas, llena de tiques de mucho valor. “Quiero ganar todas las fichas”, anunció con descaro.

Y Johnson se dedicó justamente a eso durante las siete horas siguientes. Tener buena suerte, jugar bien y los crupieres nerviosos contribuyeron a la causa: ganar 4,23 millones de dólares antes de que la dirección dejase de arriesgar más fichas. Era la vez que Johnson más había ganado en una sola noche de blackjack.

Johnson lo cobró todo, se fue a su suite y llamó a un hombre que solo responde al nombre de Andy. Ya que estaba visto como uno de los más inteligentes y astutos en los, Johnson y él habían hablado de trabajar juntos. Pero a Andy le quedaban proyectos pendientes. Se puede decir que esa gran victoria puso a Johnson el primero de la cola. Seguirían haciendo cosas maravillosas juntos.

Don Johnson

Respecto a su gran noche en Caesars, Johnson recuerda que le benefició que los altos ejecutivos del casino estaban fuera de la ciudad: en un congreso en Londres. “Luego supe que uno de los directores del casino llamó a Londres para decir al presidente que yo iba ‘dos por delante.’ El presidente le dijo que me dejara seguir jugando. La mañana siguiente, el tío del casino lo llamó para decirle que yo iba cuatro por delante. El presidente dijo: ‘Bueno, no es el fin del mundo.’ Pensó que eran 200.000 $ y 400.000 $, y no 2 millones y 4 millones”.

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La mayor parte de los jugadores con ventaja —ya sean contadores de cartas,profesionales de la estrategia básica del blackjack, jugadores de hole cards (cartas de mano) o ganadores con tácticas más elaboradas— no consigue ganar millones de dólares sin antes haber sido el cliente ideal. Johnson sacó provecho de la avaricia de los casinos de Atlantic City y la idea generalizada de que era un tonto que gastaba mucha pasta. Los representantes de los casinos suelen ser muy sucintos a la hora de explicar por qué se invita a la gente lista que no está haciendo otra cosa más que jugar con inteligencia —en líneas generales, no se engaña hasta que se empieza a usar un dispositivo externo para obtener información que otros jugadores no tienen— a que abandonen y dejen de jugar. “Estos juegos son para entretenerse en probabilidades que hemos creado”, me dijo un ejecutivo en Las Vegas una vez. “Si vienes y haces lo que sea que cambie esas probabilidades, no queremos que sigas jugando”.

Normalmente, es hora de retirarse cuando un empleado del casino pasa a tu lado, te pone la mano en el hombro o te mira cara a cara y te dice: “Señor, apreciamos su interés. Pero sus habilidades en el blackjack ya son un poco excesivas. Le rogamos que deje de jugar a blackjack aquí y estaremos encantados de que juegue a otro juego del casino”.

Por supuesto, el jugador con ventaja juega al blackjack justo por la razón que el casino no quiere que juegue: sabe cómo ganar. Si preguntas por qué a un buen cliente como tú se le trata así, el empleado del casino siempre dará la misma respuesta imprecisa e irritante: “Decisión de empresa”.

Normalmente, con tal de que no los demanden, el personal del casino prescinde de usar la fuerza con los contadores de cartas u otros jugadores con ventaja. Sin embargo, otras veces no lo podrán evitar. Y ese fue el caso de un barbero de Nueva Jersey llamado Thom Kho. Acababa de hacer el conteo de cartas en el Hard Rock de Las Vegas cuando unos guardias de seguridad lo rodearon, lo esposaron y se lo llevaron a un cuarto privado. “Se me hizo un nudo en la garganta y sentí sudores fríos”, dijo Kho. “Me sacaron 30.000 $ en efectivo de los bolsillos, unas cuantas fichas y el móvil. Eso me sorprendió muchísimo, pero en el fondo sabía que los iba a demandar”. Gracias a la ayuda del abogado especializado en juegos Bob Nersesian, Kho está en proceso de llevar a juicio al casino.

Le prometía dinero caído del cielo, pero nada fuera de lo habitual para lo que Johnson consideraba una buena noche.

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El éxito rotundo de Johnson en el blackjack fue a mucho más en un partido de fútbol americano en Washington DC. Fue un par de meses después de que arrasase en Caesars. Los Eagles jugaban con los Redskins y un anfitrión del casino de Atlantic City estaba allí con un grupo de millonarios de por allí. Johnson oyó por casualidad a un director del casino ofrecer un trato a jugadores buenísimos: muy buenas reglas, límites a partir de 100.000 $ por mano, 50.000 $ solo por ir y se devuelve un 20 % por todas las pérdidas superiores a 500.000 $. “Dije que era interesante”, recuerda Johnson, “y pregunté si se lo darían a todo el mundo”.

Él reconoció que su gran victoria en Caesars fue un poco de potra. También sabía que con el acuerdo que se ha mencionado podría disfrutar de noches de siete cifras con cierta regularidad y probabilidad.

Por vestir en chándal y tener una actitud desenfadada, lo fácil sería infravalorar a un tío como Johnson. Pero, en realidad, es bueno como el solo. Johnson creció acostumbrado a las carreras de caballos, se entrenó para ser un jinete excelente, llegó a ser ejecutivo y continuó amasando fortuna con los sindicatos de carreras de caballos, que ganaban dinero diseñando software que predice los resultados de las carreras. Durante el partido de los Eagles, solamente intentaba apuestas arriesgadas de blackjack y ganó una cantidad relativamente significante, pero también le iba bien perder en sus jugadas si al menos recibía muchas invitaciones. Sin embargo, tras oír la propuesta del anfitrión, Johnson se dio cuenta de que el partido podría ser una fuente importante de beneficios. Sabía que la devolución era la clave: si perdiera 500.000 $, habría parado de jugar por aquel día y recuperado 100.000 $ de las pérdidas. Si ganaba, ganaría a lo grande.

Johnson sabía que Andy podía ofrecerle información matemática para que el juego jugada fuese aún más beneficioso, incluso aunque otros casinos le ofrecieran reglas estrictas y devoluciones. Su software perfeccionó tanto el estilo de juego que les ofreció ventajas sustanciosas cuando se daban las condiciones propicias.

Don JohnsonAl poco tiempo, Andy empezó a unirse a los paseos de Johnson por los casinos de un extremo a otro de Estados Unidos. Aparte de encargarse del trabajo en el ordenador, era un activo muy importante en la mesa. “Andy es el tío que se encarga de controlar todo lo que hacemos cuando jugamos en ventaja”, dijo Johnson, el conteo, el uso de hole cards (cartas de mano) y de dirigir a las femme fatales devoradoras de cartas. “Se sienta en la tercera base y me dice qué hacer. Intenta conseguirme una mano mejor que estar en ventaja o conduce las cartas que se pasan al crupier de blackjack

Con las apuestas que jugaba Johnson, los giros de millones de dólares eran habituales. Mientras que sus prácticamente garantizaban los beneficios a largo plazo, las victorias en un solo día no estaban para nada aseguradas: “Don tiene el estómago de acero”,me dijo Andy una noche en Manhattan.“No todo el mundo puede aguantar una pérdida de millones, salir a cenar y levantarse al día siguiente y volver a empezar a hacerlo todo como si nada”.

Mientras tanto, Johnson se ganó la reputación de ser fiestero. Era el rey de la noche y los locales, se hizo amigo de DJ superestrellas como Steve Aoki, no paraba de descorchar botellas de champán. Era divertido, pero también lo había calculado todo para parecer tonto más que un jugador experimentado y disciplinado que buscaba adquirir más ventajas para sí mismo. Engañó hasta a Steve Wynn —quien posó alegremente para sacarse una foto con Johnson, Andy y Paris Hilton— durante un rato. Johnson describe al magnate de casino como “el más difícil de derrotar y el más rápido en cortarte el grifo”.

Los anfitriones de los casinos de Las Vegas y fuera de Las Vegas invitaron a Johnson a las suites más lujosas y le soportaron su comportamiento estrafalario. Hubo una noche en que, por ejemplo, a Andy le iba la cosa sobre ruedas en una de las salas de más postín de Las Vegas y le lanzó un balón autografiado de fútbol americano de los New York Giants a Brody Jenner mientras el actor Kevin Dillon lo observaba.

Don Johnson

Había cenas supercaras, jet privados, bebida de lujo gratis, limusinas y tickets para combates. Ansioso por todo eso, Johnson desempeñó perfectamente el papel de tío arrogante. “Cuestioné todo lo que hizo el tío del casino”, dijo con una cierta suficiencia. “Les deje claro que soy un tío difícil. Luego el crupier empezó a inquietarse y a cometer errores porque le ponía nervioso enfadarte. Si apuestas 100.000 $ en una mano, esos errores empiezan a sumar. Luego pides cosas poco realistas al anfitrión. Si te envían un jet pequeño, diría: ‘Quiero un Global Express. ¿Qué mierda es esta?’ Pedí puros habanos y bebida rarísima casi imposible de conseguir. Los haces pensar que eres un flipado que está acostumbrado a esas cosas”.

Johnson, Andy y otros que fueron no lograron vencer a la casa. La arrasaron. Al contrario que los contadores de cartas de larga trayectoria, Johnson no quería jugar durante mucho tiempo. Quería ganar todo el dinero posible hasta que la cosa durase y exprimió toda ventaja. Cuando un propietario de un local nocturno de Chicago, lo invitó al club, que estaba asociado con un casino situado cerca de Indiana, Johnson ni lo dudó. Él y su gente se fueron de fiesta al club de la ciudad del viento —el casino fue generoso y corrió con los gastos— y obtuvieron muy buenos beneficios en las mesas. “Andy llevaba gafas de sol y un sombrero; otro tío que iba conmigo parecía que no se había afeitado desde hace un mes; parecían dos tontos muy tontos, justo lo que pretendíamos”, dijo Johnson. “En el casino, mucha gente nos miraba. Los teléfonos siguieron sonando. Había dos jefes de turnos. Los tíos contaban las fichas para calcular el estropicio que estábamos haciendo”.

Pero el casino ya no podía aguantar más y Johnson sabía que quizá habían llegado demasiado lejos. “La quinta vez que fuimos, la policía estatal nos estaba esperando”, nos cuenta. “Amenazaron con detenerme y dije: ‘Vale que estemos en Indiana, pero seguimos esto sigue siendo Estados Unidos. No he hecho nada ilegal.’ Cuando el poli sacó las esposas, el dueño del club me dijo: ‘No, te van a detener.’ Me fui. No tenía ganas de pasar el fin de semana en el calabozo”.

Aparte de que ese incidente fue llegar al extremo, sirvió de indicador. Tras tres o cuatro años en que Johnson abusó de los casinos, los directores y ejecutivos pillaron por dónde iba él y su séquito fiestero. Pero no se frenó precisamente, aunque tenía los días contados. “En cuanto se hizo público, me puse más agresivo y fui menos prudente”, dijo Johnson. “Ser el rey hubiera estado mal visto y me hubiera hecho daño. Sabía que se terminaría tarde o temprano, pero quería resistir hasta el final”.

Hoy en día, Johnson está vetado en los casinos. Es complicado jugar, pero aún le dedica unas horas. Sin embargo, casi nunca con las reglas y condiciones que hicieron el juego tan exquisito y rentable. Paradójicamente, alguno de los casinos que retiraron a Johnson siguen sin saber qué hizo exactamente para ganar. “No les hace falta saber cómo o por qué ganas”, Johnson se ha dado cuenta de ello. “Puede que no haya base matemática que lo ratifique, pero saben que a la larga los vas a destrozar y no te quieren ni ver”.

Don Johnson ha logrado entender mejor que nadie esta realidad, pero nadie ha dicho que no vaya a volver con nuevas estrategias para destrozar a la casa. Quizás deba empezar a jugar blackjack online

Michael Kaplan es un periodista asentado en Nueva York. Ha escrito numerosos articulos de gambling para publicaciones como Wired, Playboy, Cigar Aficionado, New York Post y New York Times. Es el autor de cuatro libros incluyendo "Aces and Kings: Inside Stories and Million-Dollar Strategies from Poker’s Greatest Players."

Se le ha visto jugar cuando se da la oportunidad.